Nuestro ego, hace que nos veamos como mucho más importantes de lo que somos en realidad. Pensamos que somos el centro de las críticas, las aprobaciones, las consideraciones. Y no es así, solo somos el espejo en el que se miran los demás para descargar sus propias ideas, prejuicios, estados de ánimo, valoraciones, criterios personales…

Si no nos diéramos “tanta importancia” aceptaríamos el hecho de que verdaderamente, nadie repara en nosotros. El hombre es egoísta por naturaleza, y se ocupa de sí mismo, mucho más que del prójimo. El prójimo le sirve como un objeto donde descargar su visión del mundo, y su perspectiva personal y emocional.

Nada gira en torno a nosotros mismos. Esta concepción de la realidad, nos lleva a asumir que la mayoría de las cosas que nos pasan, en el fondo son el resultado de múltiples factores, muchos de ellos, ajenos a nosotros.

Nos creemos responsables de cosas que les pasan a los demás. Nos auto-exigimos desmesuradamente como si fuera por nuestra causa lo que le pasa al otro, o lo que nos pasa a nosotros mismos. Y casi nada, tiene que ver con nosotros. Cada cual conoce su realidad, y se defiende y actúa basándose en la misma. Nadie conoce verdaderamente toda “tu realidad”, por eso, nadie puede opinar sobre ti o enjuiciarte.

Cuando alguien nos critica, insulta, desaprueba, tendemos a creérnoslo. ¿Habremos hecho algo mal? ¿Seremos malos? ¿Peor de lo que pensamos? Aquí nos olvidamos que nuestro mundo interior, solo es conocido por nosotros. Que tenemos nuestras propias normas y valores. Sin embargo, estamos permitiendo que las normas y valores de otros, se impongan, cuando nos sentimos afectados y lo tomamos como algo personal.

La auto crítica está bien, pero no debemos vincularla a la crítica de los demás. Solo plantearla cuando a nosotros nos convenga, no aceptarla incondicionalmente cuando otros nos la presenten. Porque los demás tienen su propia mente y actúan y hablan de acuerdo a sus propios esquemas, sin importarles lo que a otro le pueda afectar. Por eso, deja de sentirte afectado o herido, por lo que otros digan de ti. Deja de tomarte las cosas como algo personal.

Nada de lo que nos pasa debería serlo. Incluso ante la enfermedad, la perdida, el sufrimiento, deberíamos tratar de verlo en la distancia. Con objetividad. No somos los únicos que sufrimos. En el gran “bombo” de la vida, nos ha tocado el número que nos ha tocado en ese momento. De todos los números existentes, ha salido ese.

Casi nunca depende, o no totalmente, de nosotros. Pensar que somos responsables por una u otra razón, nos hace sentir mejor, porque de alguna manera, sentimos que tenemos poder sobre las cosas. Tenemos la capacidad de controlarlas. Pensamos… “si hubiera actuado de esta o esta otra manera… si hubiera dicho… si no hubiera descuidado… hubiera sido diferente… o no me hubiera pasado.

Este afán de echarnos la culpa y de tomar las cosas que nos pasan como algo personal, es simplemente una respuesta a nuestra necesidad de protagonismo. A nuestra necesidad de escapar del miedo… siendo capaces de controlar las situaciones. Es una forma de seguir confiando en nosotros mismos. Por un lado, está bien si sirve para este propósito, pero por otro lado, seguramente es solo una ilusión.

Deberíamos confiar en nosotros mismos, solo porque somos el mejor amigo que podemos tener. Merece la pena invertir tiempo en conocernos.

Gastamos muchas energías en tomarnos las cosas que nos pasan como algo personal, pues esto nos predispone para la confrontación y la lucha de batallas, perdidas de antemano, ya que no se basan en motivos reales, sino que se encuentran en el plano de realidades mentales de otras personas. Supone una pérdida de tiempo hacerlas nuestras, sintiéndonos afectados u ofendidos por opiniones o conductas que no se encuentran en el plano de nuestra propia realidad. Otra vez, creemos que el mundo gira a nuestro alrededor. Nos damos una importancia excesiva.

No debemos tomar como algo personal ni las críticas, ni las alabanzas. El reconocimiento está bien, pero si nos paramos a pensar, lo único que alimenta es nuestro ego, si nos lo creemos totalmente. ¿Cuánta parte de ese reconocimiento se debe a nuestro propio mérito? y ¿cuánta parte a la necesidad del otro de reconocer nuestro merito? ¿Hasta qué punto es importante el logro?

Ante las reacciones de los demás hacia nosotros, deberíamos convertirnos en meros observadores, en vez de sentirnos protagonistas.

Incluso cuando pensamos mal sobre nosotros mismos, y nos criticamos, y no nos gustamos, también deberíamos tomarlo como algo no personal, pues se trata de “películas mentales” que tampoco tienen que ver muchas veces con nosotros, y lo que realmente somos y nos pasa… Sino con nuestros miedos, creencias, expectativas y fantasías. Y somos mucho más que eso.

Muchas veces escuchamos lo que queremos escuchar y vemos lo que queremos ver, porque nos es necesario para que encaje con nuestras ideas y propósitos, y con nuestras expectativas y creencias. Aunque no tengan que ver con la realidad, las alimentan. Cogemos las cosas que concuerdan con ellas. Hacemos un puzle cada vez mayor, añadiendo piezas, para que sigan encajando con nuestra idea creada, aunque sea incierta.

Si un compañero te saluda mal o critica, si tu pareja está “rara” contigo, si tu hijo esta poco comunicativo o se comporta como si le hubieses hecho algo malo, si ves indiferencia hacia ti en determinadas personas, ante malas caras o contestaciones que te puedas encontrar en tu día a día, derivadas de tu interactuación con otras personas, ninguna de estas cosas debe necesariamente ser un juicio sobre tu persona o tu valía. Y si así lo fuera, la credibilidad que le das, debería de ser nula, sin antes haber pasado por tu tamiz personal. Lo que no tenga que ver contigo, debe quedarse en cuarentena antes de creerlo. Observémoslo durante un tiempo. Si merece una reflexión, hagámosla, pero no lo tomemos como cierto.

Lo que nos afecta de los demás, tiene única mente que ver con ellos. Con cómo se sienten, con sus ilusiones y desilusiones, con sus percepciones, con las cosas que se les pasa por su cabeza, con su sistema de creencias y expectativas, pero no contigo.

Leonardo da Vinci dijo: “La simplicidad es la mayor sofisticación”. Debemos simplificar las cosas para quedarnos con lo esencial. Lo esencial somos nosotros, y vivir de acuerdo a nuestra visión del mundo y de nosotros mismos, no de acuerdo a la que los demás pretenden, o crean sobre nosotros. “Tenerse a uno mismo” es el mayor privilegio. No tomes como algo personal… ni lo personal.

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