La base más efectiva, que se debe dar en el trabajo, para que la gente, y, en suma, los equipos, se sientan cómodos, y en disposición de trabajar en pos de los objetivos comunes, es la confianza.

La meta es hacer de la confianza un flujo permanente, tanto entre iguales, como entre jefes y empleados. Pues la confianza mutua, es una de las claves de la eficiencia en el trabajo.

Cuando hay confianza, la gente se siente más segura y tiene ganas de colaborar. Las relaciones interpersonales se hacen más fáciles, y por tanto hay mayor motivación para conseguir los objetivos.

Patrick Lencioni habla incluso de una serie de disfunciones que se producen cuando no existe  confianza mutua en el trabajo. Una consecuencia de una disfunción, nos lleva a la otra.

Esto tiene toda su logica, y lo podemos ver cada día en distintas empresas. El efecto domino de nuestras actitudes, se produce casi de inmediato.

Para él, no confiar en los compañeros, hace que vayas midiendo al milímetro todo lo que haces, pero sin implicarte demasiado. Esto es el principio.

Cuando no confiamos, hacemos, lo que cotidianamente decimos, “andarse con pies de plomo”. Tener miedo a “meter la pata” o a que nos malinterpreten.

Tenemos miedo a que surja cualquier conflicto grave, que no podamos controlar. Nos “escondemos” porque no estamos seguros de cómo vamos a poder resolverlo, en el caso de que surja.

Este miedo, hace que no nos impliquemos demasiado. Al no implicarnos, evitamos los desafíos. Es decir, no intervenimos sobre diferentes temas, probablemente importantes.

Huimos de dar soluciones que pueden ser productivas, porque huimos de los problemas añadidos que puedan surgir.

Al no involucrarnos, al no comprometernos, nos acabamos sintiendo desplazados, no viéndonos partícipes de las decisiones de la empresa.

Estamos aislados por decisión propia, pero sentimos que es la empresa y los propios compañeros quienes nos han aislado por no participar activamente.

De esta forma, acabamos alejándonos de las responsabilidades que deberíamos afrontar, crece el resentimiento y se acrecienta sin remedio la mediocridad, como resultado de no querer destacar ni aportar soluciones.

El final de todo esto, como en un infinito bucle vicioso, llagamos al punto en el que la gente se va alejando de los objetivos, no se siente implicada.

El clima laboral se vuelve insostenible, y el verdadero talento, acaba marchando a empresas de la competencia, ante la impotencia de ver como el mal ambiente laboral, le imposibilita el poder desarrollar sus recursos.

¿TODO ESTO EMPIEZA POR NO HABER CREADO UNA BASE DE CONFIANZA? 

Seguramente sí. Desgraciadamente, tenemos ejemplos diarios de actitudes recelosas, de resentimientos no solucionados y de posturas de indiferencia, que, como un muro protector, nos ponemos en el trabajo.

Cuando las cosas no van según lo esperado, es cuando el terreno está más abonado para recelar y no involucrarse.

Muchas cosas se solucionarían mucho más fácilmente si ante estos escenarios de adversidad, confiáramos mas los unos en los otros. Es decir, mantuviéramos una actitud abierta de dialogo, y no de encerramiento en nosotros mismos.

Hay que tener en cuenta que para que alguien nos de confianza, nos tiene que parecer buena persona sin segundas intenciones, que además nos dé la impresión de que tiene como finalidad primera, en el trabajo que es de muchos, solamente el conseguir los objetivos globales, y no los suyos personales.

Aunque para ello, al principio, debemos creer en su buena intencionalidad. Incluso dándole sin conocerle, el beneficio de la duda.

La confianza engendra más confianza. Es un flow deseable en cualquier compañía.

¿COMO CREAMOS CONFIANZA?

Sin duda, conocernos a nosotros y aceptarnos, es una base importante.

Así, seremos capaces de por extensión, tratar de conocer y aceptar a los demás. Aceptarnos a nosotros y nuestras debilidades, hará que entendamos al otro, y podamos ponernos en su lugar. Para desde ese lugar, encaminar las iniciativas hacia los objetivos.

La escucha empática es sin duda una de las mejores herramientas. Cuando las personas somos escuchadas percibiendo que alguien trata de entender también nuestros sentimientos, esto nos conmueve. Nos hace estar seguros aun pareciendo vulnerables.

Esto hace que empecemos a confiar en alguien.

Por otro lado, cuando alguien es capaz de mostrarse abiertamente, con honestidad, incluso dejando transparentar sus emociones y debilidades, se hace más humano y más creíble. No olvidemos que la sinceridad y la honestidad por parte de alguien, engendra confianza.

Al contrario de lo que podríamos pensar, la amabilidad, mostrarse bondadoso y afable, es mucho más eficaz que cerrarnos a los demás y dejar de ser nosotros mismos.

Es mejor que alguien te perciba como ser humano con tus debilidades y fortalezas, a que te perciba como un guerrero/a inquebrantable en apariencia, dando órdenes a “diestro y siniestro” y no moviéndote de tus posiciones pese a lo que pese.

Aunque muchas veces nuestro trabajo sea mostrarnos firmes, no tenemos por qué hacerlo desde el autoritarismo y la inflexibilidad.

De hecho, los mejores líderes son los más amables. Saben dar una indicación con una sonrisa, o con un toque de sentido del humor.

Saben también escuchar, poniéndose incluso en el lugar del otro e intentando comprender también su postura. Aceptando la imperfección.

No se trata tampoco de adoptar una actitud paternalista ni mucho menos. Simplemente se trata de estar abierto, y saber dar libertad de actuación. Esto engendrara autoconfianza en las personas.

A la larga, todo ello se convierte en una ventaja, pues las personas funcionamos mucho mejor cuando se tienen también en cuenta nuestros sentimientos. Y, sobre todo, cuando se confía en nosotros.

Intentar sacar lo mejor de la gente, con escucha activa, empatía, apertura mental y sinceridad. Es la base de un equipo productivo.

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