Empecé a meditar, era un nuevo proyecto, un reto divertido, no sabía muy bien que iba a conseguir, pensaba que si lo realizaba, me encontraría mejor, me convertiría en una persona más abierta, libre de prejuicios, mejor persona.

Con el tiempo, esa sensación de proyecto se desvaneció, simplemente buscaba tiempo cada día para sentarme conmigo misma. Ese rato en el que en medio del aburrimiento, el miedo, la tranquilidad, la irritación o el bienestar, volvía una y otra vez a la respiración.

Esos momentos de apertura a lo que en la mente surja, sin escoger ni elegir, de innumerables sorpresas, en los que no hay que luchar con ningún pensamiento ni con nada, simplemente  dejarlos pasar. Renunciando completamente a controlar la situación, dejando que la confusión, ideas, conceptos, caigan por su propio peso.

Esa sensación de liberación que surge  de estar completamente aquí, ahora, sin ansiedad, ante la imperfección. Ese rato fantástico del que disfruto todos los días…

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