Al centrarnos en la respiración, al anclar nuestra atención en esta, o en alguna parte de nuestro cuerpo en sustitución, aprendemos a vivir en el presente.
Aprendemos a escucharnos, estando abiertos a nuestras emociones, sensaciones, pensamientos, pero sin dejarnos atrapar por ellos. Aceptamos nuestros procesos mentales, las circunstancias externas, sin huir. Solo aceptando y dejándolas ir. Dejando que fluya lo bueno y lo malo que nos pasa por la cabeza o siente nuestro cuerpo.
Somos un proceso cambiante. Las ideas, los pensamientos, los sentimientos, vienen, van, cambian. Cambian de un momento a otro, porque nosotros permanecemos en continuo cambio. Somos en todo momento, un proceso inacabado.
Mindfulness nos enseña a observar estos pensamientos, sentimientos, emociones, de una forma distanciada. Vemos cómo van apareciendo y desapareciendo, sin aferrarnos a nada. Tomando conciencia de que funcionamos de esta forma, y de que nuestra naturaleza es esta: ir de un lado a otro, ir de un pensamiento a otro.
Pero no somos nuestros pensamientos, ni nuestras emociones. Todos ellos, son cosas que nos pasan, que cambian de un instante a otro. Yo estoy en el momento presente con todos ellos, aceptándoles, desmitificándoles, congraciándome con todos ellos. Con la práctica del Mindfulness, se puede conseguir. La meta es estar bien con uno mismo para estar bien a la vez con los demás. Conectar con tu yo, para conectar con los otros.
Yo soy yo, y con Mindfulness consigo observar todo lo que me acontece, todo lo que siento, todo lo que pienso. Observarlo a distancia. Sin juzgar. Como un observador imparcial.
Así, nuestra mente aprende a estar en silencio. Sin aferrarse a nada, solo dejando pasar los pensamientos como quien ve alejarse una hoja caída rio abajo, movida por el agua…
¿Os habéis parado a pensar la facilidad que tenemos de creernos nuestros propios pensamientos como si se trataran de cosas reales?
Lo que imaginas que es lo peor que te puede suceder… es algo que nunca sucederá…