Tengo una hija adolescente. Está poco a poco saliendo al mundo. Descubriendo cosas para ella nuevas y excitantes. Quiere hacerlo sola, sin condicionamientos, con la valentía de la libertad recién conquistada. A través de ella,  queriéndola entender a veces, notando con satisfacción cómo vive sus descubrimientos, y porque no decirlo, con añoranza a veces de los míos,…  revivo cosas tan sabidas y rutinarias, que ya han perdido su valor original, y que para ella sin embargo, están en pleno apogeo.

Desgraciadamente, nos ocurre, que las cosas vividas, ya no tienen tanto aliciente, porque son sabidas.  Se ven como parte del escenario de la vida. Un escenario que no plantea descubrir nuevas cosas, sino observar las de siempre. Y así, las cosas pierden su valor extraordinario… de ser descubiertas por primera vez.

“Mirada del experto” se llama. Cuando vamos viviendo las cosas, nos convertimos en “expertos”, expertos en reconocerlas. Si, esto nos sirve para resolver situaciones, para tomarnos las cosas con cierta tranquilidad, para enfrentar los problemas con más seguridad, para entender…. Sí. La mirada del experto sirve para mucho. No cabe duda.

Pero, ¿qué ocurre con el factor sorpresa?, con el milagro del primer descubrimiento? Con lo excitante de darse cuenta por primera vez? Con la sensación de ver algo desconocido, de vivirlo? Con la alegría de sentir las cosas como si fueran eternas? Con la facultad  de saber disfrutar las cosas por segunda, tercera, cuarta vez… como ya hemos hecho?

Vamos perdiendo la capacidad de disfrutar de lo que nos rodea, porque vamos olvidando el  interés de mirar las cosas, como el que mira por primera vez.

Intentarlo no es difícil, y los efectos al conseguirlo, son maravillosos. Sentarse simplemente a mirar una flor, o disfrutar viendo como llueve a través de los cristales, o mojarse con la lluvia…

En el plano estético, la belleza que hay en la sencillez de lo que nos rodea, alucinaría a cualquier ser que viniera de otro planeta, y lo viera  por primera vez. Una gota de lluvia, una planta, el sol cuando sale y se esconde, las montañas blancas…

En cuanto a lo rutinario que vivimos día a día… una simple ducha caliente, un  café con un amigo hablando de cosas banales, la reunión de trabajo que es una más, y  realmente un verdadero trabajo… y si nos damos cuenta de que es irrepetible? De todo lo bueno que encierra? , de la oportunidad que tenemos de “ser”, de “estar” en el mundo como lo que somos, personas en continuo crecimiento que experimentan, que se dan cuenta… que viven y son. Y que tienen la fortuna de vivir?

No es tan difícil. Se puede intentar. Se consigue. No vivimos sintiendo y disfrutando de todo, como lo hacíamos más jóvenes, sin menos problemas, con la perspectiva que da el tener “todo el tiempo por delante”…porque estamos anclados en nuestras experiencias del pasado, y en nuestras preocupaciones del futuro. Porque la experiencia nos hace ir perdiendo la capacidad de sorprendernos. Esa es la “mirada del experto”, lo que reduce nuestra perspectiva, lo que nos “protege” y no nos hace disfrutar.

¿Porque no mirar la vida como si fuéramos principiantes? La “mente de experto” también nos debería servir para darnos cuenta, de que deberíamos mirar con la mirada de quien lo ve por primera vez. Por puro egoísmo. Aunque solo sea para reconquistar la experiencia primera de todo lo que la vida nos ofrece.

No debemos dejar de sorprendernos y buscar nuevos rincones en el “Gran escenario”. Porque los hay. Y la buena noticia, es que no solo hay nuevos rincones… también los rincones de siempre, siguen ahí con toda su potencialidad para sorprendernos de nuevo. Basta con mirarlos y fijarse bien otra vez.

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